Hay partes del uno, parte en todos los demás comunes, las partes insondables, que son imposibles de entender sin la concurrencia del arte.Sin arte indudablemente hubieran sido más las vidas oscuras y sin sentido. Sin él y sin la acuarela, ni yo, ni otros muchos hubiéramos llegado a entendernos nunca.
La pintura no solo nos explica ante los ojos de los otros, sino que nos proyecta en el común inaginario de los sueños compartidos. En alguna medida ingente somos en los otros, siendo en el arte. Necesitamos ser reconocidos para ser. Y para conocernos necesitamos del espejo universo de nuestros cuadros habitables. Pinturas hay tan necesarias como una de las tres o cuatro verdades esenciales con las que andamos por la vida. Si cada mañana tras mirarnos en los espejos de la casa, nos contempláramos serenos sobre una pintura, nos acicalaríamos con el espíritu vital que requiere cada día. De paso podemos saludar en él al pintor que la habita, la parte insondable del pintor, la parte de la parte pintada de sus sueños.
Puede que una magnífica acuarela no sea suficiente para explicar siquiera una parte del mundo inexplicable que nos rodea, puede que sea la pintura insuficiente y lo sea el arte mismo.
Pero esa misma acuarela, esa obra dispuesta sobre la pared elegida de nuestra vida, embellece el orbe particular del habitante propio que la contempla, se deja mirar, y nos mira, espejo de nuestros adentros, paso particular donde asombrados y mudos, reconocemos nuestra luz y nuestras sombras.
Ante una acuarela hermosa aun podemos sentir la transparencia del mundo circundante, creer que frente a la violenta contingencia de los hechos, el pincel, los pigmentos, las texturas, las aguas, podrán salpicarnos de alegría y convencernos (no solo explicarnos) que otro mundo es posible si la luz y el color intervienen।
MANUEL BOCANEGRA